Poco después de su despliegue en Ucrania el pasado otoño, el soldado Ivan A. Ovlashenko grabó un breve vídeo en el que aparecía vestido con uniforme de camuflaje y un gorro de lana verde oliva, sentado en un bosque salpicado de hojas amarillentas mientras sus compañeros preparaban una ráfaga de artillería para disparar contra las líneas ucranianas.
"Estoy grabando todo bien", dijo, sonriendo antes de gritar una advertencia:
"¡Mortero!".
Video
Ovlashenko filmándose a sí mismo mientras sus compañeros de armas preparaban un proyectil de artillería para disparar contra las líneas ucranianas.
El vídeo pretendía tranquilizar a sus familiares en Rusia sobre su repentina transición a artillero de primera línea.
Hasta que no fue así.
En septiembre, el presidente Vladimir Putin ordenó la movilización de 300.000 hombres para reforzar las debilitadas defensas rusas en Ucrania.
En aquel momento, las hordas de hombres que huyeron de Rusia para evitar el servicio militar obligatorio fueron las que más llamaron la atención.
Sin embargo, cientos de miles de rusos como Ovlashenko -trabajadores de fábricas y electricistas, auxiliares médicos y jugadores de basquet, conductores de tractores y trabajadores escolares- se fueron a la guerra.
La promesa de pagar 3.000 o 4.000 dólares al mes resultó ser un gran incentivo, junto con las apelaciones al machismo y a la defensa de la patria.
"¿Qué soy, no soy un hombre?", dijo Ovlashenko a dos mujeres, su hermana y su ex esposa.
"Tengo que proteger a mi país, a mi hija".
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