La mamá gata puso a su hijo el nombre de Gustoso porque todas las comidas le parecían muy ricas.
Gustoso creció y, al morir su madre, se convirtió en el cocinero de aquel castillo. Cocinaba para todos los habitantes del castillo que eran gatos como él, pero siempre protestaban porque o no había comida suficiente o si sobraba comida estaba mala al día siguiente.
Gustoso tenía un gran problema y si esto continuaba así, tendría que dejar la cocina y eso no quería ni pensarlo.


Tenía que encontrar qué era lo que fallaba. Cuando los gatos se fueron a pasar las vacaciones fuera del castillo Gustoso se quedó allí para averiguar el problema.
Mientras pensaba una solución oía unos ruidos que no le dejaban en paz y decidió inspeccionar el castillo.
Vio cosas que estaban fuera de su sitio, otras roídas, desordenadas y cada vez estaba más preocupado e impaciente por descubrir quién era el culpable. De pronto vio que algo corría cerca de sus pies y exclamó:
—¡No me lo puedo creer! ¡Son ratones!
Ya lo entendía todo. Tenía que encontrar una solución porque sabía que en el castillo no se podían quedar, pues además de estropearlo, los demás gatos los cazarían y luego no comerían su comida.
Se le ocurrió entonces preparar una receta especial de quesitos olorosos. Como no quería hacerles daño mandó construir una ratonera grande fuera del castillo. Guió hasta allí a los ratones con los quesitos y también les dejó la receta de quesitos para que se pudieran alimentar y no volvieran al castillo.
Desde entonces Gustoso fue el mejor cocinero de allí.
María Aparicio López
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